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¿Tenés problemas para "decirle" a tus clientes cuál es el precio de tu programa, tus tarifas y honorarios?

 

¿Te cuesta cobrar lo que vale tu trabajo y terminás poniendo tarifas bajas porque te da "vergüenza" cobrar mucho?

 

Si en este momento estás diciéndote "Sip, esta/este soy yo" o "esto me pasa a mí" entonces seguí leyendo que esto te va a encantar.

 
Seguro ya estás imaginando que esto tiene que ver con varios factores, que pueden ser uno o más de estos:

* Una mala relación con el dinero.
* Pensás que no mereces cobrar (tanto) por lo que hacés.
* Sentís que el mercado no te lo va a pagar.
* Tenés alguna creencia de que los que cobran mucho son estafadores.
* Aún no te sentís preparada/o para estar en ese nivel. 
* Sentís que te falta A o B o Z...


 

La verdad, es posible. 

Pero no me preocupa en este momento. 

Y a vos - justo ahora - tampoco debería preocuparte.

 
Porque, en realidad, la razón por la que te cuesta hablar de tus precios o tarifas, o te cuesta cobrar lo que valen tus servicios, es que no estás enfocándote en la dirección correcta: tu cliente.


Y para explicarte qué quiero decir y - mejor aún - cómo resolverlo, te voy a contar una historia que leí hace tiempo. Y la debo haber leído en inglés porque la busqué en español para compartirla y no la encuentro. Así que - ya que la tuve que escribir desde cero - me tomé algunas licencias poéticas para ilustrar mi punto.

Espero te guste: 


Resulta que un sastre nuevo en el pueblo fue llamado al palacio donde vivía el rey y le encomendaron que hiciera un traje muy lujoso y muy llamativo para la próxima fiesta real.

 

El sastre estaba fascinado porque por fin tendría la oportunidad de hacer un traje para la realeza. Pero además, sabía que su obra maestra iba a verse en la fiesta más importante del pueblo y no podía evitar pensar en cuánto iba a impactar y cómo iban a quedar maravillados todos, incluso en pueblos vecinos, lo cual sin ninguna duda lo harían una persona muy popular y recibiría encargos de todo el mundo.


Así que se dispuso a empezar a confeccionar ese traje que sería el vehículo que lo sacaría de su apretada economía y lo haría el sastre más solicitado y codiciado del mundo.


Mientras cortaba la tela y cosía cada pieza no paraba de pensar en cómo le llegarían pedidos de todos los pueblos vecinos, y que le encargarían los trajes más costosos y lujosos a él, y que con ese dinero podría mudarse a una casa más grande y con muchas más comodidades.


Mientras cosía los botones imaginaba que todos querrían lucir sus exclusivos diseños, así que seguramente le sobraría el dinero y podría también comprar un carruaje nuevo.


Mientras daba los últimos retoques pensaba que iba a necesitar un estudio más grande, contrataría empleados, montaría una gran empresa que le haría los trajes a toda la realeza del mundo y sería tan popular que saldría en las revistas más top de todos los reinos.


Ganaría tanto dinero que podría dedicarse a viajar por todo el mundo mientras seguía recibiendo una gran demanda de clientes y seguía generando más y más por la venta de sus maravillosos y deseados trajes.

 

 

 

Todo esto tenía en mente el sastre mientras confeccionaba el atuendo del rey... y su ansiedad y sus pensamientos soñadores no pararon de invadirlo en éxtasis hasta el mismo momento en que el rey, finalmente, se probó el traje.


Y en ese momento el éxtasis y los sueños se fueron al caño porque la cara del rey no parecía avalar semejante historia.


Todo lo contrario! En su cara no había más que decepción, frustración y... furia mientras se probaba el nuevo traje!


El sastre empezó a ponerse nervioso, le sudaban las palmas de las manos y tragaba saliva con gusto a bilis. Era sabido que en el reino "no se andaban con chiquitas" y cuando algo no gustaba... más de uno perdía la cabeza... literalmente.


El sastre pensó... ¿qué sucedió? ¿cómo puede ser que no le haya gustado mi maravilloso y valioso traje, en el que he invertido varias noches trabajando y he puesto todo mi talento allí?  ¿qué puedo hacer?


Mientras el rey seguía poniéndose colorado de ira y antes de que se le viniera encima la guardia real... el sastre - que era una persona muy inteligente además de talentoso con las tijeras - se dio cuenta de su error y pensó rápidamente cómo resolverlo.


Se arrodilló - como haciendo una reverencia real - se disculpó y pidió encarecidamente una segunda oportunidad. El rey, que evidentemente era un poco "cabrón", también tenía fama de ser una persona muy compasiva y aceptó darle una segunda oportunidad al sastre, que sin darle la espalda - por las dudas, vio? - salió solícito a reparar su error y de paso salvar su preciado cogote.

 

 

Entró rápidamente en el taller y vació su mesa de trabajo. Empezó totalmente desde cero y pensó en cuál sería el diseño que mejor le sentaría al porte del rey. Mientras cortaba la tela y cosía cada pieza pensaba en el rey entrando en la fiesta real, y en cómo todos sus colegas de otros reinos se darían vuelta para ver qué maravilloso lucía el anfitrión.


Eligió un color morado pálido que mostrara la gran suntuosidad de su majestad, pero que no lo hiciera ver ostentoso. Se imaginaba que esto le haría ver como el gran rey que era, un gran mandatario pero con un gran corazón, capaz de estar al servicio de su pueblo y no sólo a su cabeza.


Cosió botones dorados y pequeños brillantes en las mangas, todo casi imperceptible pero muy moderno. Pensaba en cómo los periodistas del reino que publicaban esas revistas reales que se leían en todas las peluquerías, contarían que realmente es un rey que está a la vanguardia sin perder su estilo conservador.


Finalmente, adornó el traje con una estola de oro. Imaginaba cómo esto lo haría ver como un rey líder. Y su cabeza y su imaginación - ambas muy inquietas y muy vívidas como se puede observar - no paraban de mostrarle imágenes del rey impactando a sus amigos y colegas, y cómo - seguramente - le pedirían que se hiciera cargo de la presidencia de la comunidad de reyes, lo cual traería prosperidad, orgullo y felicidad no sólo a la familia real, sino a todo el pueblo.


Todo esto pensaba el sastre mientras trabajaba, y siguió imaginando todo esto hasta que la cara del rey probándose el traje lo devolvió a la realidad. Pero ya no sintió angustia, todo lo contrario. Se le hinchó el pecho y se emocionó hasta sentir los ojos mojados cuando vio la gran sonrisa del rey. Primero fue una sonrisa de satisfacción. Después una mueca de un poquito de altanería, bajó los ojos, subió una ceja y dándose vuelta hacia sus súbditos con una mezcla de orgullo y "cancherismo" dijo "¿Y? ¿Cómo me veo?".

 

El final de la historia es bastante predecible y ni vale la pena aclarar que el rey cosechó todos los elogios que imaginaba el sastre. Y él, finalmente, también consiguió todos esos pedidos con los que soñaba, y pudo vivir esta vida tan maravillosa que anhelaba.


La moraleja también es bastante predecible, ¿no? 

 

¿En quién estás pensando cuando diseñás, creás, entregás tus servicios/programas? ¿En vos o en tu cliente? 

Gaby Turiano



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